Siempre hay una razón para todo.

Hoy mis recuerdos querían hacer balante de muchas cosas y tras mucho divagar, he llegado a diversas conclusiones.
La primera de ellas es que sigo creyendo en las personas comprometidas. Sí, hace algún tiempo perdí la fe en el ser humano y en la lucha por un mundo mejor, pero a veces, alguna persona o algún acontecimiento te recuerda que existen seres que todavía viven conforme a lo que creen y sienten, que son fieles a sus valores y que siguen esforzándose por un mundo que está muy lleno de elementos perversos.
La segunda es que, si creo en las personas que lucha por un mundo mejor, es porque a su vez creo que es posible un mundo mejor. Llamadme utópica pero ¿qué es la vida sin sueños? Quizás no alcancemos todo lo que buscamos, pero si de algo estoy segura es que el camino que nos lleva a esa utopía es siempre positivo puesto que cada paso que demos hacía ella (por muy pequeño que sea y por mucho que al final no consigamos llegar) siempre va a ser a mejor,  obteniendo resultados positivos.
Y por último, me quedo con todo lo que surge a partir de esas redes que conforman una creencia, una lucha por conseguir una sociedad mejor. Gracias a ellas compartimos vínculos, generamos bonitas relaciones humanas, y sobre todo, fomentamos la empatía, ese valor tan necesario en un mundo cada vez más individualista. Porque solo teniendo la capacidad de ponernos en el lugar del otro, somos capaces de construirnos, de criticarnos de manera constructiva, de entender de qué estamos hechos.

Definitivamente sí, creo que todo grano de arena contribuye a una montaña aunque al final no lleguemos a estar vivos para verla. Sigamos luchando, sigamos creyendo, sigamos teniendo fe en nosotros y en los que nos rodean. Y es que,  como decía Shakespeare, “estamos hechos del mismo tejido que nuestros sueños”.